Mi amiga Paula y yo queríamos desaparecer de Madrid unos días en Navidad y aunque al principio, he de reconocerlo, elegimos otro destino, salió mal, y pronto Senegal se convirtió en la gran alternativa. Y es que había una razón básica: sabíamos que íbamos a estar bien desde antes de irnos porque tanto José María como Demba se iban a ocupar de todo y haría todo lo posible para que la experiencia saliera bien.
Y así fue. Yo había oído ya contar muchas cosas tanto de Senegal como de Yakaar África a través de José María (que en su día fue mi jefe, así que le tenía que escuchar atentamente) y poco a poco la idea de visitar ese país fue pasando del no más rotundo, para qué decir lo contrario, a una posibilidad cada vez mayor. Y no podemos estar más contentas de que al final nos decidiéramos a ir.
Os adelanto que nosotras queríamos ir de turistas. Y Senegal ofrece esa posibilidad de empezar a conocer África, su realidad y sus gentes, más allá de lo que te puedan contar, casi sin darte cuenta. Y por eso te sorprende tanto ese país lleno de contrastes desde el momento en que llegas.
Por eso, aunque no es cuestión de contaros con detalle el tour que nos preparó Demba, sí creo que es una buena oportunidad para animar a todos aquellos indecisos qué no saben con qué se van a encontrar.
A Senegal puedes ir a descansar, a bañarte en el mar, cuando en España es de valientes quitarse la bufanda, a dormir en el desierto bajo un cielo plagado de estrellas que es imposible olvidar o en buen hotel que podría estar en cualquier lugar. Pero te permite, al mismo tiempo, adentrarte a conocer África, no la parte más exótica de safaris que nos imaginamos desde aquí, sino visitando ciudades más grandes como Sant Louis, en la costa, o Kaolack, en el interior, o pequeños poblados que te vas encontrando mientras recorres en coche las distintas zonas del país.
Aterrizamos en Dakar la madrugada del 1 de enero y la primera mañana nos fuimos a visitar el Lago rosa y a subir las dunas del rally París-Dakar en un jeep descapotable. Es el mejor desestresante que existe, pasar de la ciudad a 0 grados al viento de las dunas en la cara y encontrarte, de repente, con el mar en la cara.
Por la tarde nos fuimos a Sant Louis. Y aquí es donde por primera vez me sorprendió ese contraste al que me refería antes. La llegada a Sant Louis no te la esperas: es un lugar muy animado, bullicioso, lleno de gente, de niños por todas partes, de barcas de pescadores, de animales, de colores y de olores, de antiguas casas coloniales y de repente, te dejan en un hotel pegado al mar, con árboles y palmeras donde al abrir la puerta de la habitación te encuentras pisando la arena de una playa infinita y prácticamente desierta. Y es como un portazo a la vida que se queda fuera. Alí nos quedamos dos noches e hicimos excursiones como la visita, en una barquita a motor, a la isla de los pájaros de Djoudj. La tercera noche (en realidad, la cuarta del viaje) la pasamos en el campamento Ocean y Savane, en la Lengua de Barbaria, al que también se llega en barca.
Bueno, campamento… por llamarlo de alguna manera. Siempre te imaginas los campamentos como algo cutre, será por algún tipo de trauma infantil, pero esto… en la vida he visto un sitio igual, rodeada por un lado del mar y de otro del río, con una haima enorme donde servían las comidas y donde coincidía toda la gente que estaba en el campamento y que tenían todos un punto en común: daban buen rollo, tanto la gente que trabajaba allí, como los turistas, guías y demás. Por la noche se pusieron a tocar los tambores y a bailar con danzas tribales. A Paula la sacaron a bailar y yo todavía me estoy riendo. A las diez y media, eso sí, tenías que irte a dormir porque cortaban la luz. Y es que en Senegal hay problemas con el suministro eléctrico.
Al día siguiente pasamos la mañana en la playa y, después de comer, nos fuimos hacia el desierto de Loumpoul. De camino, pasamos por varios poblados donde paramos a poner gasolina y a comprar fruta y agua y movernos un poco por sus calles. Estás en África, hay que pisarla, hay que bajar del coche y verla en directo, tomarle en pulso, ver como sales de un sitio donde te aíslan, por decirlo de alguna manera, en un mundo turístico, si así lo quieres, pero cuando cruzas esa puerta ves gente que vive sin nada, sin nevera, que tienen que salar el pescado porque no lo pueden tener en casa, niños que andan kilómetros hasta llegar a una escuela donde apenas lleva un cuaderno y un boli y donde esa mezcla entre el mundo más africano y el más europeo se ve hasta en la convivencia en la manera de vestir: hombres y mujeres vestidos con vaqueros y camisetas con otros vestidos con sus trajes largos de mil colores.
La llegada al desierto fue muy divertida, en una especie de camión todo terreno descapotable donde nunca pensarías que cabe tanta gente. Ni tantos bultos. No hay manera de describirlo, hay que verlo. En cuanto llegamos nos empeñamos en subir la duna que había detrás de la haima, para ver qué había o qué se veía detrás (más arena, claro) y lo que parecía fácil, en fin… te hundes, te caes, te ahogas y eso sí, si quieres puedes hacer la mejor croqueta del mundo si te tiras rodando. Por la noche hubo más bailes y un cuscús de cabra servido en distintas haimas en las que te metías y compartías mesa con la gente que iba entrando. Bueno, yo, lo que es entrar, no entraba muy bien, la gente alta ahí lo tiene un poco complicado. Pero otra vez vuelve a llamar la atención el buen ambiente entre desconocidos de todo tipo que sin quererlo se juntan ahí.
Nosotras no queríamos dejar Senegal sin visitar Saly, que es la parte de la costa más turística, comercial y conocida. Es donde te llevan generalmente en los viajes organizados y donde muchos te dirán que no vayas. Pero ya puestos... Eso sí, el recorrido hasta la costa no tiene desperdicio. Paramos a ver la ciudad santa de Touba y llegamos a Kaolack, donde visitamos su mercadillo y pasamos la noche.
A la mañana siguiente fuimos a la isla de las conchas antes de llegar a Saly. Y en Saly pues eso, hotelazo, hamaca en la orilla del mar y baño en una playa que es como una piscina, recuerda mucho al mediterráneo. Y, el último día de nuestro viaje, visitamos Dakar y la isla de Goree, que está frente a su costa. Para qué decir más veces que todo te sorprende, que te indigna visitar la casa de los esclavos o que recibes mucho más de lo que te esperas.
Como veréis no era cuestión de contar con detalle lo que ha sido el viaje. Sólo quería transmitir que, a veces, sobre todo leyendo boletines como este que nos reflejan la realidad y la necesidad de un país como Senegal, podemos pensar que un viaje así no es para nosotros, que no podemos ponernos a curar niños, a cavar un pozo o que no tenemos ni idea de plantar un huerto. Y nos quedamos en casa o viendo lo de siempre. Pero que se puede empezar de otra manera, dejando que te cuiden ellos cuando te llevan a esos sitios que no te esperas y que te dejan con la boca abierta, para luego, casi sin darte cuenta, empezar a asomarte a su país, a lo que son, a lo que tienen, a lo que quieren y a lo que necesitan. Y entonces te das cuenta de que Yakaar África, por ejemplo, no es solo un nombre. Al final Senegal es un claro ejemplo de este mundo.
Así que gracias a los que nos animasteis a ir y mucho ánimo para la labor que estáis haciendo, que a la próxima nos toca la parte sur!